Era
noche de luna sonriente,
las
nubes formaban tejidos desgarrados en un cielo sin orden, sin luz,
casi sin vida.
Apreté
el paso asustado cuando
noté que algo me perseguía,
a pesar
de
saber
que toda
la culpa
era mía, pues
me
encontraba
en
aquel
lugar y
en esa
hora que
le pertenece.
Me
volvía
a cada paso sabiéndome
espiado, todo
salía según el plan.
Fue
entonces cuando oí claro
como un susurro, sereno
como un grito a medianoche, como
una
risa hueca retumbando hasta
meterse en mi cerebro, taladrando
con su estoque mí conciencia, acechando
cada volumen, cada capítulo, cada
página, cada frase, cada morfema derramado
por la noche.
En
un camino intransitado y lóbrego me
detuve por fin a esperarlo. Y pronto sentí sus pasos sordos a
mi espalda. Sin
volverme pregunté ¿Dónde estás
futuro? No respondió, pero sabía, que
pronto en mi paladar ardería el
veneno lujurioso de la victoria, el
reposo final del que ha encontrado lo
que después de tanto tiempo está buscando.
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