sábado, 29 de octubre de 2016

LA CONVERSIÓN


Ana se había levantado, como siempre, antes que Gregorio, y como siempre, había corrido a la ducha con la intención de despejarse antes de comenzar su protocolaria puesta a punto para ir a la oficina. Cuarenta minutos después sale del baño habiéndose maquillado, peinado, arrancado algunos pelos rebeldes aparecidos durante la noche en su rostro, crema corporal, pintura de uñas. Perfumada por la nueva fragancia de Nina Richi se mira con desgana algunas nuevas canas retadoras como serpientes vanidosas de una edad que se acerca acechante. Más de una vez ya había comentado a alguna amiga o con su marido, Gregorio, más en broma que en serio, pero con más convicción que incertidumbre, la posibilidad de pasar por primera vez por el quirófano para corregir… “estas malditas arrugas que me están volviendo loca. Y tal vez levantar un poco los pechos que parecen algo caídos últimamente. Cómo no queremos tener hijos es normal que comiencen a sentirse inservibles ¿no? Pero no es esa su única función… tal vez antiguamente… pero hoy en día tienen muchas otras.” En esos momentos él se limita a escuchar su alegato entre aburrido e incómodo o directamente ni siquiera se presta a esa agotadora obligación marital. Acaba de llegar de la oficina y no le apetece nada más que tirarse en el sofá para ver alguna de esas series de producción propia.
Mientras Ana se enfrascaba en su lucha diaria contra los años, Gregorio ya había conseguido levantarse y se disponía a acometer hacendoso la pesada labor de preparar el desayuno familiar a base de café fuerte y tostadas; mientras escuchaba el monótono discurrir del noticiero de televisión española. Alguna inundación en un país demasiado lejano como para llamar su atención, el desplome de la bolsa, la derrota del Real Madrid en la liga de campeones, y pasamos al apartado político.
“El presidente del Partido Popular (PP), Mariano Rajoy, le ha dicho hoy al Gobierno que acepte las recetas de su partido contra la crisis o haga lo que "le parezca bien" y le ha advertido de que no va a aceptar aquello que cree que es malo para España. Durante su intervención en una Convención del PP de Cantabria, Rajoy ha insistido en que no necesita esperar al jueves, cuando está convocada la comisión creada por el Gobierno contra la crisis, para que le cuenten nada, porque el PP sabe lo que hay que hacer y se lo ha trasladado al Gobierno para que, si quiere, lo haga.”
"Sí fuera por ti nos moríamos todos de hambre… si si, tú eres el único capaz de salvarnos." Y las tostadas a punto de quemarse, siempre se pone de mal humor al oír las noticias, prueba sodomítica matutina que le despierta a la realidad mientras termina de poner la mesa.
Ana, recién salida del baño, le comenta algo sobre la cena del viernes con sus amigos Pati y Sergio. Él cree que son sólo un par de snobs insufribles, el paradigma del egocentrismo llevado a una pareja de clase media, o media alta debido a la ingente cantidad de dinero que consiguen ingresar cada final de mes en el banco gracias a no sé qué tejemanejes. Pero en el fondo sabe que se trata de los únicos amigos de la universidad con los que sigue manteniendo el contacto y más aún, posiblemente sean los únicos amigos con los que cuenta la pareja.
-¿Me oyes?
-Sí. Claro, la cena del viernes. No te preocupes ya hago yo la reserva.
-No quiero que nos vuelvas a llevar a ese excéntrico restaurante libanés de la última vez. Algo bonito donde se coma bien.
-Vale. Me voy a duchar.
Cruza el pasillo que le lleva al dormitorio para recoger su ropa antes de meterse al baño. Mira por la ventana para cerciorarse de que no lloverá. No quiere otro infernal atasco en la autopista para llegar a la oficina. No puede evitar pensar que se han equivocado al meterse en un crédito tan alto por una casa tan alejada del centro. Le resulta incómodo hasta la desesperación el tener que coger el coche cada vez que quiere moverse algo más lejos de la zona residencial en la que viven. Pero sabe que no les queda otra salida. Los pisos se han puesto por las nubes y no podría conseguir nada mejor, ni más cerca, aunque vendieran esta y pidieran una segunda hipoteca. Definitivamente hoy no lloverá. Buena noticia, podrá permanecer cinco minutos más bajo la reponedora ducha. Se desviste con desgana mientras escucha a Ana al otro lado de la puerta hablando por el móvil. De nuevo su jefe, de nuevo algún problema que ignora y que no pretende conocer a menos que ella insista en contárselo. Rezó porque no fuera así a pesar de no ser creyente. Se mira en el espejo. La piel de un blanco lumínico se le muestra indefensa. Ha engordado un poco últimamente y comienza a nacerle algo de vello en zonas en las que nunca se hubiera imaginado. Debería volver al gimnasio. Todas estas cuestiones y muchas otras que me ahorraré por mera conciencia moral, surgen en su mente mientras termina de despojarse de los calzoncillos que caen inertes sobre la fría baldosa. Un ritual mil veces repetido, pero de pronto, algo corta en seco el curso normal de sus pensamientos. Ha descubierto una rojez en el brazo derecho que llama su atención. Acerca su cara a la zona en cuestión para inspeccionarla concienzudamente. Parece… una especie de grano, nada más común que un grano. Pero algo le dice que no se trata de un grano normal y corriente. Según su parecer, no es el típico grano que podría salir sin motivo alguno en un cuerpo humano. Lo estudia durante unos minutos para auto convencerse de que no es nada. Pero la extrañeza de que sea en aquel antebrazo ha logrado despertar en él una, si no preocupación, si cierto resquemor por aquel aparente atentado corporal que parece vanagloriarse ante sus ojos.
Terminó de ducharse y afeitarse y cuando salió Ana todavía hablaba por el móvil. Ante sus gestos de impaciencia no le queda más remedio que colgar.
-¿Qué te pasa?
-Mira. (Desnuda su brazo derecho para mostrarle la protuberancia.)
-¿Qué?
-¡Mira!
-¿Ese grano de mierda?
-No es un grano. No sé qué es pero no es un grano.
-Vale, lo que tú digas.
-No es lo que yo digo. Yo no veo un grano normal, es todo.
-¿Y qué es lo que ves a ver?
-No sé, es algo raro.
-Cada día estás más hipocondríaco. ¡Estos hombres!
-Ah si, estos hombres estos hombres. No me sueltes el discursito de la regla y todo lo que sufrís las mujeres porque ya me lo conozco de memoria.
-Mira, me voy a trabajar. No tengo tiempo para una guerrita de sexos en estos momentos. Nos vemos a la noche. No te olvides del restaurante.
Ana salió por la puerta en busca del coche que la llevaría a su oficina sin que Gregorio se dignara a despedirse de ella. Esa es la mayor afrenta que puede hacerla en estos momentos. Se siente irritado ante los comentarios de su esposa por haber tratado de minimizar lo que le pasa con esa condescendencia que siempre le deja en un lugar de inferioridad ante ella. No sólo no le había dado importancia a su grano, sino que lo había ridiculizado dejándolo por infantil e hipocondríaco.
"¡Hipocondríaco! ¿Yo? Maldita seas. Cómo sea algo grabe te vas a enterar…" en ese momento de orgullo herido casi hubiera deseado que sus peores sospechas fueran ciertas para llenar la conciencia de Ana de reproches conyugales ante su falta de interés para con sus males. Pero no tiene tiempo para seguir sintiéndose ofendido, el tema del grano le ha hecho retrasarse y ahora tiene que correr si quiere llegar puntual al trabajo.
Un ligero retraso que nadie parece apercibir en la oficina y el resto de la mañana transcurre como todas. Rellenar el maldito informe financiero, tomar café con sus compañeros, consultar los últimos grupos aparecidos en Facebook… no puede evitar una sonrisa maliciosa con uno al que se acababa de apuntar Jorge de recursos humanos:

Nombre:
Yo soy de los aue piensan que la unica iglesia que ilumina, es la que arde...
Categoria:
Solo por diversion - Clubs de fans.
Descripcion:
O tu tambien eres un santo?...
Privacidad:
Abierto: todo el contenido es publico.

Pero ni todo este ajetreo puede distraerlo de su principal preocupación. El grano, después de mirarlo y revisarlo decide informarse por Internet. Grave error el de Gregorio como todos podemos imaginar. La búsqueda en google no es muy esperanzadora. Granos, espinillas, pústulas, encuentra hasta un grano en el labio vaginal y decide que ya es suficiente, necesita un poco de aire fresco. Da gracias a que su jefe se encuentra en una reunión que le llevará el resto del día y sale por el garaje del edifico sin despertar mayores sospechas. Conduce hasta unos grandes almacenes. La mejor manera de distraerse. Compra algunas cosas para la casa, unas medias para Ana y unas escobillas nuevas para el coche. Lo de las medias para Ana es una respuesta instintiva al sentimiento de culpabilidad por encontrarse un día de diario no festivo en un centro comercial y sin ella. Después regresa al coche sin haber cumplido su objetivo, ya son las cinco de la tarde, podría volver a casa sin tener que responder a ninguna pregunta, le entregaría las medias y eso serviría para hacer las paces después de la pequeña discusión de esta mañana. Tal vez hicieran el amor a pesar de ser un día de diario, sabe que lo necesita, ni Internet, ni las compras habían logrado calmar su malestar, pero esta convencido de que aquello sería la medicina perfecta contra su paranoia cutánea.
Al regresar a casa esta se encuentra solitaria y en penumbra, Ana no ha vuelto todavía, enciende la televisión, se prepara un bocadillo y trata de relajarse. Se siente sucio, pero descarta la posibilidad de una ducha por la simple razón de que no quiere volverse a encontrar cara a cara con aquello. La programación de la tele es un asco, también el bocadillo. Se va a la cama donde debe de quedarse dormido porque al rato oye ruido en la cocina, tienen que haber pasado un par de horas que le parecen segundos. La noche ya ha caído y se encuentra tirado encima de la cama con la camisa a medio desabrochar y los calcetines negros colgando como pellejos de sus pies. Se incorpora soltando leves gemidos desganados. Los ruidos procedentes de la cocina le hacen presagiar que Ana ya ha llegado y sale en su busca.
-¿Ya te despertaste?
-¿Todavía estás enfadada?
Ana no contesta, se limita a darle la espalda como hace siempre que no quiere enfrentarle. Cada uno de sus movimientos deja escapar su malestar como tambores beligerantes. Gregorio no quiere que la situación continúe por aquellos territorios pero sin saber cómo solucionarlo se limita a quedarse allí, mirándola con ojos bovinos. El cuerpo tenso en medio de la cocina. Al rato consigue actuar, se acerca a ella por detrás, con la actitud del niño que, arrepentido, suplica su perdón.
-¿Qué tal el trabajo?
-Como siempre. Paola la volvió a cagar y tuve que quedarme tres horas más para arreglar toda su mierda. Un día se va a llevar una hostia esa niñata.
-No puedes hacer nada porque Salcedo…
-Me cago en Salcedo y la madre que lo parió. Me da igual que se la tire, es una inútil y ya está. ¿Y tú?
-Me fui.
-¿Y eso?
Gregorio percibe con felicidad que el malhumor de su mujer esta amainando. Puede ver cómo sus rasgos se van destensando en el transcurso de la conversación, hasta ha soltado alguna sonrisa y fuma serena; sentada en el puf IKEA. Aun así, no está dispuesto a incurrir en ningún paso en falso, sabe que la situación es todavía demasiado delicada como para arriesgar una jugada atrevida. Sin lugar a dudas conoce bien a su rival.
-Don Alejo estaba en una reunión, necesitaba tomar el aire.
-¿Todavía sigues con la mierda el grano?
Mejor no seguir por ahí, el tema la vuelve a enojar, puede sentir su malestar, el pecho balanceándose de nuevo bajo la blusa muestra su desagrado.
-Fui al centro comercial. Te compré algo. Vi unas medias preciosas que están hechas para ti.
Un golpe perfecto. Media sonrisa nace en su rostro. Es el momento de atacar, sabe que es ahora o nunca, con sigilo se acerca a ella y la besa despacio. Primero en las mejillas, luego en la boca.
-¿Te las quieres probar? Están en la habitación.
-Si crees que con esta mala actuación de teleserie vas a conseguir un polvo lo llevas claro.
-No seas tonta, vamos, pruébatelas.
La arrastra hasta la habitación y se tumba en la cama para disfrutar con la apasionante visión de ver a su mujer poniéndose despacio aquellas medias suaves, dulces de deseo voyeur casi adolescente. No deja de resultarle extraño que después de tantos años todavía le sigua resultando tan atractivo el cuerpo de Ana. Ve sus largas y tersas piernas que terminan en unas braguitas negras con pequeños encajes casi escondidas por los pliegues de la camisa de seda.
-Deja de mirarme así guarro.
Ya ha terminado de subirse las medias y se mira en el espejo del baño para evaluar el efecto de las nuevas medias en su piel.
-Tengo que adelgazar, estoy horrible.
-Estás preciosa, ven aquí.
-Ni de coña.
-Ven aquí que las vea más de cerca.
Finalmente hacen el amor según el protocolo estipulado secretamente y sin palabras desde los primeros tiempos de su relación. Una coreografía tantas veces repetida que si bien no es perfecta, siempre satisface a los dos.
A la mañana siguiente, cuando Gregorio se dispone a ducharse, después de haber comido las eternas tostadas, descubre horrorizado al contemplar su cuerpo el nuevo estado de aquel que el día anterior había sido un simple grano sin importancia.
No se lo puede creer, lo mira largamente, incapaz de reaccionar. No se explica cómo esa cosa se puede estar reproduciendo en su brazo derecho de esta manera. El hecho de haberse olvidado del tema durante las últimas horas no hace más que multiplicar el impacto en su cerebro al contemplar el estado de lo que se ha convertido en una especie de ulceración informe de aspecto viscoso. Se ha extendido por todo el brazo, trazas inermes de piel se despliegan por todo lo largo del brazo que ha perdido por completo su forma original para representar este músculo ambiguo.
Cuando logra reaccionar corre por el pasillo hasta la cocina para enseñárselo a Ana, pero ha permanecido demasiado tiempo en el baño y ella ya se ha ido. Indefenso sin su consuelo se sienta en el puf. Quiere llorar pero las lágrimas no surgen, las puede sentir agolpando su angustia como una aguja quirúrgica en la parte frontal de su cabeza. Está acojonado, así, con todas las letras. Casi inconscientemente logra llamar a la oficina. La secretaria no tarda en comunicarle con don Alejo que recibe la noticia con más indiferencia que molestia, en circunstancias normales se hubiera preocupado por la reacción de su jefe, pero ahora se encuentra tan inquieto que ni se para a reflexionar.
Aturdido sale en busca de su coche y conduce hasta el hospital “La Santa Providencia” que se encuentra a pocos kilómetros de su casa.
Después de esperar la consabida lista de espera y explicar su caso una y otra vez a las diferentes enfermeras que aparecen en la pútrida sala de espera; logra que le atienda un médico, o al menos eso es lo que pone en su placa, porque a Gregorio le parece algo dudoso tal título teniendo en cuenta la edad y actitud del imberbe muchacho que tiene en frente. Más cercano a una banda de patinadores callejeros que a la idea que uno tiene de lo que debe ser un médico. En este momento se maldice por no haber accedido a contratar un seguro privado como le había aconsejado uno de los hermanos de Ana que se dedica a vender este tipo de servicios. En su momento se había negado por motivos bien evidentes, no quería darle un duro a ese pedazo de capullo engreído, pero dadas las circunstancias no dudaría ahora en lamerle la punta de sus relucientes botas a cambio de que le dejara firmar uno de sus afamados seguros. Pero ya no había marcha atrás, tenía que confiar en la seguridad social y en la palabra de aquel adolescente de que se trataba de un médico de verdad, si quería obtener algo positivo de todo aquello, y sobre todo, lo más importante, que toda esta pesadilla se terminara lo antes posible.
Hace prueba de una gran paciencia y le explica lo que le ha sucedido en los últimos días en cuanto al caso del grano evolutivo, mientras el joven parece ojear algún tipo de revista de videojuegos limitándose a lanzar algún gemido de vez en cuando en el transcurso de la narración. Cuando termina su narración el otro lo mira un momento con aire displicente y decreta.
-No creo que sea nada.
-¿Cómo nada? (Gregorio ha levantado la voz en un aullido desesperanzado y tiembla hundido en su silla.)
-No se altere. Pero sinceramente, creo que se trata de algún tipo de alergia, algo sin importancia ya que según me cuenta la protuberancia surgió hace más de veinticuatro horas. Eso indica que no se trata de nada grave porque sino a estás horas ya estaría en coma. O algo peor... (Esto último le debe haber parecido realmente gracioso porque suelta una risotada que la mirada de odio de su paciente se encarga de cortar en seco.)
-¡Ni siquiera me ha examinado! (Y sin esperar la respuesta negativa del otro se apresura a sacarse el jersey para mostrarle su endémico brazo.) ¿Esto le parece normal? ¿Algo sin importancia?
-Ya le digo, a pesar de su aspecto, no creo que se trate de algo grave. En un par de días se habrá ido y usted olvidará todo lo sucedido.
-¿Y si no es así? ¿Y si se agrava? ¿Y si me muero?
La carcajada del medicucho, esta vez no retenida, rompe su cadena de preguntas.
-No se va a morir señor Sánchez y si se agrava venga de nuevo y le haremos unos análisis.
-Y ¿No me los pueden hacer ahora?
-Si le tuviera que hacer análisis a todo el que pasa por aquí amigo mío, el sistema sanitario español se iba a la mierda en dos días. Le aseguro que no puedo hacer nada, le aseguro que no es nada. De todas formas… mire, tome esto. (Rellena en décimas de segundo una receta y se la da esgrimiendo un ligero aire de benevolencia que no se molesta en disimular.)
-¿Qué es?
-Un antihistamínico. Por si acaso. Y ahora si me permite… tengo muchos pacientes que atender.
Sale del hospital más angustiado de lo que entró, y con la sensación de haber perdido un tiempo precioso. Tira la receta por la ventanilla del coche, ni loco va a tomar los malditos antihistamínicos, está seguro de que no se trata de nada de eso. Pero ¿Qué hacer? ¿Adónde ir? No conoce a ningún médico, un par de abogados, administrativos y gente de su oficina, pero en el ramo de la medicina, nada. Se siente mareado, tiembla compulsivamente y casi no logra mantener el volante recto entre las manos, llega a casa y vomita. Esta claro que no se encuentra nada bien, no quiere mirar Internet, sabe que no tardaría en comenzar a buscar páginas en las que se hablara de todo ese tipo de cosas, y no quiere pasar por la misma situación que el día anterior cuando preguntó al dios google por “grano” así que saca una cerveza de la nevera y se sienta en el salón a ver la tele. Deben de ser ya las dos pues están dando el noticiario. Con la tontería del hospital se le ha ido toda la mañana sin darse cuenta.
"La OTAN causa otra matanza de civiles en el sur de Afganistan. Las lluvias torrenciales en Madeira dejan ya 70 heridos y 42 fallecidos. Hacienda destapa comisiones opacas de nueve cargos del PP por 3.8 millones."
"Aquí, como siempre, todos robando." (En contra de lo que parecería lógico, las noticias no le han puesto de mejor humor. Luego comienza una película basada en hechos reales y consigue dormir un rato.)
Al despertar se siente sorprendentemente mejor. Ha dormido como nunca y ¡Está hasta contento!
Enciende el reproductor de MP3 y no tardan en sonar los primeros acordes de “like a virgin.” Siempre le ponen de buen humor la melodía pegajosa y la voz estridente de Madonna proclamando una virginidad irrisoria.
Va al baño y se desnuda frente al espejo sin ningún tipo de complejos. Decidido, mira el brazo dañado, más con intriga que con miedo o asco. “Aquello” ha deformado por completo la extremidad que se le presenta arrugada y amorfa, pero lo peor es, que parece continuar con su avance. De todas formas, ha decidido no hacerle más caso, quiere creer al adolescente doctor del hospital y confiar en que todo eso no es más que una terrible pesadilla y todo volverá a la normalidad. Se ducha cantando “Please please me” que llega a sus oídos desde el otro lado del salón, hubiera preferido un largo baño caliente pero sólo tiene un plato de ducha, así que se tiene que conformar con dejar que el agua se deslice por su piel durante más de media hora.
El resto de la tarde lo pasa inmerso en una de sus ocupaciones predilectas, no hacer nada. Luego le entra hambre y se dirige a la cocina para hacerse un bocadillo. En ese mismo instante llega Ana.
-¿Vas a comer ahora? No tendrás hambre en la cena.
-Pues no ceno.
-¿Cómo que no cenas? ¡Oh no! No me digas… se te olvidó la cena. Se te olvidó buscar un restaurante para la cena de esta noche con Pati y Sergio.
-Yo. El brazo… tenía otras cosas en las que pensar. Se ha puesto peor.
-Y ahora ¿Qué hago?
-No te preocupes. Fui al hospital.
-Seguro que no hay ni una puta mesa libre en toda la ciudad.
-El médico me dijo que sería algo alérgico.
-¡Hoy viernes! Imposible. Seguro que está ya todo pillado.
-La verdad es que ha crecido mucho.
-El móvil. Tengo que llamar a todos los restaurantes a ver si hay suerte ¿Dónde está mi móvil?
-¿Quieres verlo?
-¿Ver el qué?
-Mi brazo.
-¿Todavía sigues con eso? Anda déjame en paz. Por tu puta culpa ahora tengo que ponerme como una loca a buscar lo que sea. Les dijimos que lo reservaríamos nosotros. Y después de ese super gastronómico al que nos llevaron la última vez… vamos a quedar como unos gilipollas.
Gregorio ya no la escucha. Ha salido de la cocina y se ha puesto los cascos del MP3 como hace siempre que no quiere saber más de las historias de Ana. Pero ahora además está enfadado. Primero con ella por no hacerle ni caso y ningunear su enfermedad y después con él mismo por no haberse acordado de la maldita cena, está cabreado con el doctor del hospital, con su jefe, con Pati y Sergio, con el país y con el mundo. Pero Esteve Miller canta por su reproductor y puede olvidarse de todo lo que le rodea sólo con subir un poco más el volumen.
No dura mucho, pronto siente que le arrancan los auriculares y casi hasta las orejas.
-No te preocupes capullo. Ya he encontrado un sitio. No es gran cosa pero dadas las circunstancias no podemos pedir nada mejor. Me voy a arreglar. Cuando vuelva quiero que estés listo. (Gregorio se mira los pantalones vaqueros y el jersey oscuro sin saber muy bien a qué se refiere.) No te voy a dejar ir así. Ven a la habitación que te saque una camisa y unos pantalones decentes. (No está en posición de discutir y eso le disgusta todavía más ¿Por qué no le escuchará aunque sea un segundo?)
Se pone la ropa sin decir nada y sale del dormitorio. Sabe que tiene una buena hora de espera por delante antes de que ella consiga salir del baño, y en realidad la desea para desconectar del mundo, desde que le ha sucedido esto del brazo lo único que quiere es desentenderse de los problemas del mundo en una burbuja artificial. Se vuelve a colocar los cascos, ahora suenan “Los Ramones” y no puede evitar una sonrisa de satisfacción.
Exactamente una hora y veinte minutos después sale Ana del baño para recriminarle que esté tirado de esa forma en el sofá, arrugando la ropa de la cena. A pesar de seguir enfadado con ella tiene que reconocer que está preciosa. Resplandece como una sirena recién salida del mar, esta metáfora le parece demoledora y se la suelta esperando aplacar su ánimo. Efectivamente, así es, ella le responde con un largo beso que le sabe a fresa y dentífrico. Lleva puesto un vestido rojo de terciopelo que le queda estupendamente con las medias que le ha regalado. El pelo se lo ha peinado y colocado gracias a la espuma y pesados trabajos de amasado dignos de las mejores peluquerías. Ambos saben que los mil euros que se han gastado en el curso de peluquería han sido la mejor inversión que han hecho en los últimos años.
Cuando llegan al restaurante sus amigos ya están en la mesa, tomándose unos Martinis. Al lado de ellos parecen dos estrellas de hollywood recién salidos de su limusina.
Los saludos se alargan durante largos minutos, hace varias semanas que no se ven porque han estado de vacaciones en Nueva York y más tarde Sergio había tenido que salir en un viaje de trabajo a Bangkok por un pequeño problema con el sistema de veteasaberquéporquenomeimporta. Pati está realmente increíble con un vestido, que según les ha contado lo compró en USA, como la gusta llamarlo, eso es algo que siempre hace reír a Gregorio y tiene que ocultarse simulando una repentina tos.
Una pieza negra de tirantes con un fino dibujo de rayas rojas en el centro y una falda corta por la que asoman sus níveas piernas sin medias hace enrojecer a Ana y reír, esta vez nerviosamente, a Gregorio.
-¿Qué tal en Nueva York?
-Otro mundo tío, eso es otro mundo. ¿Sabes que hay restaurantes donde no dejan entrar niños? Eso si que es ser civilizado. (Los Sánchez asienten encantados a todo lo que les cuentan sus amigos sin dar crédito a tanto lujo y glamour. Al parecer habían coincidido en un concierto de Luis Miguel en el Madison Square Garden con Antonio Banderas que le encanta todo lo latino y con Brad Pitt cenando en el Four Seasons. Por supuesto que lo habían invitado a una botella de champagne y habían terminado charlando con él y Angelina Jolie hasta altas horas de la noche.)
-Toda una aventura.
-Increíble macho. Me compré este Iphone de última generación que es tan bueno que he tenido que despedir a mi asistente porque ya no me servía para nada. (Todos ríen.)
La velada transcurre por estos derroteros terminando con la promesa de los Sánchez de que irán con ellos en su próxima escapada.
-¿Has visto que pedante estaba hoy Sergio? Que si USA que si Asia. ¡Tu puta madre que pesao! (Gregorio no puede evitar sentirse ofendido. En una regla no escrita de la pareja, siempre se les había considerado como más amigos de él que de ella, a pesar de que los cuatro se habían conocido en la universidad y fue Sergio el que los había presentado cuando ellos dos andaban medio enrollados, algo que no había vuelto a suceder nunca desde que comenzara a salir con Gregorio.)
-Está orgulloso de su vida ¿Qué hay de malo en eso? Y tú estás celosa.
-¿Celosa? ¿De qué? ¿De todo ese mundo tan falso?
No quiere contestar, se encuentra demasiado agotado como para comenzar otra batalla matrimonial. Siente picores en los dos brazos y sólo quiere llegar a casa y tumbarse en la cama. La cabeza le arde y el Güisqui de malta que su amigo le había obligado a beber no le ha ayudado precisamente a sentirse mejor.
Toda la noche se la pasa en un duermevela insoportable, repitiéndose en su cerebro alucinaciones y sueños entrelazados con leves momentos de vigilia que lo hacen amanecer todavía en peor estado y para su sorpresa Ana ya no esta en casa. Debe haberse levantado en algún momento en el que él dormía. Se le había olvidado que hoy iba a casa de sus padres.
Se dirige al baño con torpes pasos de sonámbulo y al mirarse en el espejo despierta de golpe. Un diluvio de agua fría se le viene a la cara al contemplar con sobresalto los estragos que se han producido en su rostro durante la noche.
El pelo hirsuto y pajizo, la frente plomiza, los ojos parecen habérsele empequeñecido, la nariz extensa y retadora como de teleñeco. Pero sin duda lo que más impacto le causa es la barba, demasiado densa y poblada de canas, no le parece lógico pues se afeitó el día anterior y ahora está como si la hubiera dejado crecer durante semanas. No lo soporta más, con temblorosas manos trata de lavarse, fuerte, frotando cada poro de su piel con tal saña que enrojece al instante y parece un borracho de taberna maloliente. Toma la espuma y se afeita con odio, cortándose a cada sacudida de la maquinilla. Cuando termina su gesto es todavía más desolador. Llora desconsolado, no tiene arreglo, diría que es otra persona la que le mira con desprecio al otro lado del espejo, devolviéndole una imagen perversa de sí mismo. No puede ser se dice, a penas se reconoce, gesticula con desesperación intentando solucionar el embrollo en el que está metido, como tratando de que aquel ser no sea él, pero a cada movimiento de sus facciones, se repite él mismo en la imagen, completamente desfigurado y perverso.
Desesperado, sale del baño y se prepara el desayuno, quiere olvidarlo todo, como si se tratara de un mal sueño y casi lo logra viendo en la tele una reposición del “Equipo A” que siempre le pone de buen humor. Todo le vuelve a parecer de nuevo normal, pero al terminar va de nuevo al baño, necesita comprobar que aquel ser que había usurpado su rostro ya no está allí, que vuelve a encontrar su figura habitual. Desgraciadamente no es así, confirma con horror que la barba le ha vuelto a crecer.
"No puede ser, no puede ser. Yo no soy ese, tiene que haber algún error, puede ser que me esté sucediendo como en “Abre los ojos” algún tipo de error cósmico que me esté jugando una mala pasada, un fallo en mi mente que me haga ver lo que no hay."
Aun así descarta la posibilidad de regresar al médico por obvia, la experiencia del día anterior lo ha dejado demasiado desilusionado con el sistema sanitario. Pero ¿Qué hacer? ¿A quién recurrir? Su familia no le entendería, sus amigos se reirían de él. No quiere ni pensar en los sarcásticos comentarios de Sergio cuando lo vea ¿Y Ana? ¿Qué dirá cuando lo vea? No puede ocultarse eternamente ante su mujer, seguro que lo abandona, lo dejará ahí, solo, con su cara deforme, para buscar a alguien normal, sin sus deficiencias físicas y morales, porque dicen que la cara es el espejo del alma. ¿Qué ha hecho para que le suceda esto? Se diría que parece un castigo divino pero no cree en Dios, o sí. ¿Ha sido por reírse del grupo que quemaba iglesias virtuales? Eso no puede ser, si se tratara de eso qué hubiera pasado con Lutero… No, está claro que no se trata de nada de eso ¿Pero qué?
Tiene que darse un respiro, calmarse y razonar las cosas con detenimiento, lo mejor es darse una ducha para aclararse las ideas pues está empezando a desvariar. Pero al quitarse la ropa es todavía peor. Su cuerpo parece descomponerse atacado por una especie de gangrena de gran virulencia. Una necrosis acuciante, nauseabunda, una putrefacción indescriptible que parece atacar a todos los miembros de su cuerpo con tal saña que la idea de la maldición no tarda en regresar a sus agitadas neuronas. La piel le cae lacia y tiene vellosidades desmesuradamente grandes allá donde nunca se hubiera imaginado tenerlas. Vuelve a afeitarse, pero esta vez también incluye estas partes de su anatomía y se ducha con agua hirviendo con la esperanza de arrancarse todo aquello. El agua caliente le hace mucho bien, logra calmarse y se seca para afrontar de nuevo al maldito espejo. ¡Otra vez está igual! Le han vuelto a brotar la barba y las vellosidades sin compasión.
Necesita dar un paseo, el aire fresco del extrarradio madrileño le vendrá bien.
Se dirige a la panadería para comprar una barra de pan y la chica no le reconoce a pesar de que compra bastante a menudo en su tienda. Pero sí que nota una mirada indefinible en ella, como si tratara de descifrar un puzzle sin conseguir cuadrar todas las piezas. Por la calle es todavía peor. Todo el mundo parece conocerle, unos le miran con odio, otros le sonríen, una pareja de viejecillos se le acerca para saludarle diciéndole cosas que no llega a comprender del todo. Tiene que hacerse con un clinex que lleva en la chaqueta para limpiarse los abundantes ataques salivales con los que le ha embestido la mujer.
No entiende nada, esta historia le supera por todos los lados de su lacerado ser.
Ya en casa, por fin, se siente a salvo, pero no acierta a comprender nada de lo que le está pasando. Por más que le da vueltas al asunto nada de eso tiene sentido y empieza a imaginarse causas de lo más absurdas. No se atreve a enfrentarse de nuevo con el espejo, no quiere usar Internet, ni leer nada, no puede concentrarse, intenta escuchar música, intenta ver la televisión. Todo le da asco, no sabe por qué pero ahora todo le parece mal, todo es nocivo para los españoles. Nunca había tenido este tipo de pensamientos catastróficos y esto es algo que le sorprende. Abandonado ya su primer estado de ansiedad, ahora intenta analizar su situación de la manera más coherente posible.
"Vamos a ver. Todo comenzó con un grano. Luego se extendió por el brazo derecho y de ahí a todo mi cuerpo. Me ha cambiado la cara y parece que está comenzando a atacar mi cerebro. ¿Alergia como dijo el semidoctor? ¿Cáncer? Podría ser. Algo raro. Me siento de nuevo mareado. Pero no nervioso. Ya no. Ahora tengo una sorprendente calma que me hace pensar sin entorpecimiento neuronal. ¿Estoy seguro? ¿Soy yo el que piensa o ya es esta cosa que se apodera de mí? Para colmo. Parece haberme crecido la lengua. No sé. Es como si se quisiera salir de mi boca todo el rato. " Uno de los últimos avances que se han manifestado en el estado de Gregorio, ciertamente, es una incontinencia lingüística, pero no en cuanto a las palabras, sino a que la lengua en sí parece descontrolada y aparece todo el tiempo entre sus labios como un alien rosado y carnoso intentando salir de su cuerpo.
"soy una persona coherente y sin complejos. Y como quiero seguir siendo una persona coherente con lo que piensa y con lo que dice, no tengo ningún problema para decirlo así, antes al contrario, porque no soy ningún acomplejado ni tengo, por tanto, necesidad de reafirmarme ante nadie ni de inventarme diferencias ni matices. Y no me importan las disquisiciones que algunos puedan hacer. " ¿Por qué ha dicho eso?
No puede entender por qué le parece que su cabeza vaya por su cuenta, funcione con un procesador diferente, no sólo con respecto a si mismo, sino al del resto de seres vivos de este planeta. Si deja a su cerebro explayarse a fondo no logra formular más que frases ininteligibles de temas absolutamente superrealistas en la frontera de la abstracción más absoluta.
Duerme a ratos, otros, mastica con desgana algo de comida encontrada en la nevera. Con el gesto compungido y aletargado ya no lucha. No tiene fuerzas para enfrentarse a algo que definitivamente se ha apoderado de todo su cuerpo.
Cuando llega Ana ya ha anochecido. Él se encuentra tirado en el sofá, destartalado, sin vida. Ella entra corriendo, sin verle, al baño, necesitaba una ducha. Los hijos de su hermano le habían dejado el jersey de angora perdido. Continúa hablándole todo el rato desde la ducha. Él la oye sin escucharla. Cuando sale, huele a lirios. Pasa a su lado, va a la cocina, prepara algo de comer, le pregunta si tiene hambre, no contesta. Vuelve con el plato en la mano recriminándole que no se hubiera levantado, seguro que se había quedado todo el día ahí tirado como una anémona. Cuando está más cerca por fin le ve. No puede evitar que la cena caiga al suelo produciendo un gran estrépito al chocar contra las baldosas. Él se incorpora para que lo vea mejor, mostrándose como en los circos antiguos. Ella tiembla durante algunos minutos sin poder separar sus manos de la boca que ahogan un grito. Cuando al fin puede articular palabra lo único que surge de su boca, es una frase demoledora que queda flotando en el aire.

"¡Te has convertido en Mariano Rajoy! "

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