martes, 4 de diciembre de 2012

François Villon

Es, de todos los poetas franceses de la Edad Media, el que mantiene la mayor influencia en nuestros días. No es el más variado, ni probablemente el más hábil, pero si el más patético. Con todo lo que sabemos de su vida, se añade a la leyenda, y dota a su poesía, de un toque especial.
Nace en París en 1431, se licencia como maestro de artes en 1452. Por lo que estaba capacitado para la enseñanza y recibir beneficios, pero va a tomar el camino de la aventura y de eterno perseguido por la justicia. En 1455 se ve envuelto en una trifulca concerniente a una dama en la que asesina a un cura llamado Philippe Sermoise, y huye de París. Al año siguiente consigue el perdón por ese asesinato pero participa en el robo del colegio de Navarra, y tiene que huir de nuevo. En este momento compone su “Lais” que los editores suelen titular “El pequeño testamento”. Entre 1456 y 1460 recorre la provincia con diferente suerte, se refugia en Chevreuse tras un escándalo con la abadesa, finalmente será encarcelado y no saldrá hasta 1462 año en el que regresa a París, pero nada más llegar es encarcelado de nuevo por robo. Vuelve a estar en libertad en Noviembre pero esta vez es condenado en Chatelet a ser “colgado y estrangulado”. En ese momento en el que corre el más grande peligro su vida compone “La balada de los colgados” finalmente se revoca la condena pero con motivo de su vida desordenada el parlamento decide condenarle a diez años de prisión. Es a partir de ese momento en el que perdemos la traza de François Villon.
Fue un delincuente profesional, es inútil tratar de edulcorarlo, pero de su experiencia del mundo especial y deformada, Villon logra motivos poéticos tan esencialmente humanos que ninguna depravación moral lo puede cambiar. A la todopoderosa riqueza que, dice él, está por encima del bien y del mal, encuentra por fin un límite, la muerte. La muerte es su pensamiento más recurrente, su propia muerte, vista tantas veces de cerca, al igual que la de sus próximos, como su madre y de todo aquello que está vivo. La muerte y el envejecimiento que destruyen todo aquello que es bello y joven, son las grandes miserias del hombre y la amarga desilusión de aquellos que no pueden escapar de ellos. La fuga del tiempo, la brevedad de la juventud, el horror a envejecer; recuerdos de una infancia que siempre se aparece como algo perdido, irrecuperable, e infinitamente mejor que cualquier tiempo presente. Él logra dar a este canto de acentos tan patéticos las formas refinadas de la tradición cortesana con su toque natural y pleno que solo puede demostrar un genio, dejando a sus contemporáneos como meros aficionados. Entre todas las vicisitudes y aventuras de su vida siempre fue un artista muy consciente de su obra. Su testamento, en donde encontramos escritos desde 1461, con la alegría de sus aventuras, piezas claramente anteriores, y también las que cubren los años de encarcelamiento y condena a muerte, donde refleja la angustia y lamentos como el de “la balada de los colgados”. Constituye ese testamento una especie de antología preparada por él mismo, una consecución de imágenes de si mismo donde ha querido mostrar los contrastes. Un alma atormentada, depravada por su tiempo, dividida entre los deseos y la idea de la muerte, entre los más bajos instintos y el recurso de la religión. Consciente a veces de su falta de suerte, y que finalmente se complace en ordenar esta confesión punzante de la miseria humana. Aquí os dejo la balada en vieja lengua francesa en parte porque la balada de los ahorcados ya la conoce todo el mundo y la podéis encontrar en cualquier sitio, en parte porque me interesa por lo que es el tema principal del poema que luego trataré.

Balada en vieja lengua francesa

Pues, dónde está el papa,
vestido de alba, de mitra peinado,
ceñido de santas estolas
con las que prende al diablo por el cuello
quien de mal talante todo lo impregna,
muere igual que los sirvientes,
de esta vida barrido:
a todos se los lleva el viento.

Igual que en Constantinopla
emperadores de dorado yelmo,
o de Francia el muy noble rey
decorado sobre todos los otros reyes,
que por el gran Dios hubiera
fundado iglesias y conventos,
él que en su tiempo fue honrado,
a todos se los lleva el viento.

Y así mismo el delfín de Viena
y el prudente y fiero de Grenoble
o el de Dijon, Salins y Dole,
el señor y su hijo heredero,
o tantos de sus vasallos,
trompetas, seguidores, escuderos
¿Bajo la nariz tienen bondad?
A todos se los lleva el viento.

Príncipes a la muerte destinados,
y todos los demás que están vivos;
y así se enfaden o entristezcan,
a todos se los lleva el viento.


Esta balada es muy representativa de la obra de Villon porque en ella encontramos los dos temas más recurrentes de nuestro poeta. El famoso ubi sunt? Medieval, muy tratado también en España por nuestros poetas, en donde se va preguntando por una serie de personas que fueron importantes en un momento dado de la historia para hacer referencia a la imposibilidad de escapar a la muerte y lo inevitable del olvido de los demás cuando esto sucede. Ubi sunt? ¿Quienes son? ¿Qué son ahora para nosotros estos seres que fueron tan importantes en su época? Apenas una serie de nombres, y mediante este listado llega Villón al segundo se sus temas favoritos, la igualdad de la muerte, otro tema puramente medieval, ya da igual que seas rico o pobre, poderoso o un absoluto desconocido, la muerte vendrá a buscaros a todos y una vez muertos todos seréis iguales. A continuación os dejo uno de los muchos cuadros que se pintaron tratando el tema de la igualdad de la muerte, su título es Finis gloriae mundi y lo pintó Juan de Valdés Leal. Lo podéis ver en el hospital de la Caridad de Sevilla. En él, podemos ver tres sepulcros abiertos: el de un obispo, un caballero y el de un esqueleto sin distinción. Una serpiente aparece entre ellos, así como diversos huesos y cráneos. En la parte superior una mano estigmatizada porta una balanza de doble plato. A la derecha se puede leer “Ni más” y a la izquierda “Ni menos”.
                    

No hay comentarios: